Al escribir mi primera novela, nunca pensé en llegar a tantas páginas ni en publicarla. Mi único objetivo era vaciar mi cabeza de pensamientos agobiantes y la terapia tuvo su efecto.
No había un esquema o desarrollo previo;
las palabras surgían día a día y no sabía cómo iba a desarrollarse la
novela, y mucho menos el final. De hecho, parte de las situaciones reflejadas se corresponden, en cierto modo, con vivencias propias o de amigos y conocidos en la vida real.
Mientras iba escribiendo aprendí que era necesario llevar cierto esquema para poder hacer referencias temporales y que no se me olvidaran los nombres utilizados.
Cuando terminé, los amigos que la habían leído me animaron a publicarla. En ese momento no sabía las numerosas revisiones y modificaciones que se pueden realizar. Un proceso tedioso que te obliga a leer una y otra vez el mismo manuscrito.
A pesar de todo, ha sido una experiencia única cuyo resultado espero que os guste a todos.
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