lunes, 25 de diciembre de 2017

El Prólogo de "Nunca de sabe", regalo de Navidad


Como todos los años por estas fechas, se hace recapitulación de todo lo acontecido durante el año. Los proyectos empezados y los descartados, los no avanzados y los acabados... con tristeza por aquellas ocasiones en que nos hemos visto limitados por motivos ajenos a nuestra voluntad: dinero, familia, salud y tiempo.

Esta Navidad quiero regalaros el Prólogo de mi primera novela donde la situación de la protagonista que se ve afectada precisamente por estos motivos como punto de partida de una historia de superación y esperanza.


Prólogo

"La verdad es que la idea de perder el trabajo no me agradó en un principio. ¿Cómo iba a agradarme? No creo que a nadie le guste. Siempre había sentido un pánico enorme ante la posibilidad de que alguien en mi empresa decidiera prescindir de mí. Y todavía más cuando, el año anterior, me había convertido en el único sustento de mi familia. No poder pagar la casa, el colegio, el coche, el teléfono, el agua,… eran pensamientos agobiantes que se adueñaban de mi cerebro vorazmente, creando un caldo de cultivo para que la ansiedad creciera en el interior. Ideas como desahucio, anulación de tarjetas, listado de morosos, devolución de facturas,… no me dejaban descansar. Todas aquellas cosas materiales peligraban si no había trabajo. Todas aquellas cosas, innecesarias muchas veces, pero a las que nos habíamos acostumbrado.

Conocía casos de despidos y sabía que no era nada fácil adaptarse a un cambio tan drástico, y menos si tienes “personitas a cargo”. Me aterraba no poder darles lo que necesitaban y que percibieran el cambio como una gran pérdida que afectara a todos los aspectos de su vida.

Como dicen los psicólogos, los tres cambios que más afectan emocionalmente están relacionados con la pareja o familia, el trabajo y el hogar; y yo estaba a punto de sufrir los tres en el mismo año. ¿Sería capaz de volver a levantarme? Tenía que sacar fuerzas de donde fuera.

Había estado más de seis años en esa empresa trabajando con total dedicación y, llegado el momento de reducir personal, “alguien” decidió que yo era prescindible y que económicamente sería interesante “invitarme a irme”. Alguien que no había trabajado nunca conmigo y que sólo se basaba en números para tomar una decisión que afectaba de forma tan contundente a la vida de otros. Alguien que no parecía alterarse lo más mínimo enviándome a la calle y, cuando firmamos el despido, no mostró ningún interés en mi situación personal. Para ese alguien seguro que yo era prescindible. Prescindible, que palabra tan fea e hiriente. Te hace sentir inútil y desechable como el tetrabrick de leche vacío que echas en la basura.

Y mi jefe prefirió centrarse en conservar su puesto a defender mi trabajo diario. ¡Qué cobarde! Le sacaba las castañas del fuego desde hace años; trabajando a destajo y sin pedir gran cosa a cambio. ¿Cómo podía dejar que me echaran? Él sí sabía mi situación y no dijo nada a mi favor. Nunca se llega a conocer de verdad a alguien.

Aunque intentes razonar fríamente un despido, siempre sienta mal y es difícil no tomarlo como algo personal. ¿Por qué yo y no el otro? ¿Es que nadie valora mi trabajo y el tiempo que he dedicado a esta empresa? ¡Vaya seis años desperdiciados! Son muchas las preguntas que te saltan a la cabeza pero hay que reponerse y pensar en que la vida no es sólo el trabajo. No paraba de repetirme que en realidad el trabajo sólo debe servir para alcanzar y mantener una situación económica aceptable. Lo realmente importante en la vida es tu felicidad y ésta se debe basar en hacer cosas que te gustan y disfrutar de la familia y el tiempo de ocio.

Y llegó el momento; mi segundo cambio importante en un año. Primero un divorcio y después un despido. Me encontré de repente en la calle; pero con una indemnización negociada que contribuyó a calmar mi inseguridad de ingresos.

Después de una etapa de tan sólo unos días dominada por la ira contra mi cobarde ex jefe, hubo largos días ociosos en los que no tenía que quedarme por la noche a terminar informes de última hora, ni conducir a toda velocidad para no llegar tarde a por los niños,… Por fin podía relajarme un poco. Podía tomarme un tiempo para mi familia sin tener la sensación de no dar a basto. Ya era hora. No me vendría nada mal una especie de vacaciones. ¿O sí? ¿Sería capaz de soportar esa inactividad forzosa? Acostumbrada a una vida muy activa, me daba miedo no tener nada que hacer y llegar a aburrirme.

Me aterrorizaba terminar pasando los días viendo la tele sin hacer nada productivo. Conocía personas que se chamuscaban de esa manera, y entre programa y programa se preguntaban si eso era todo lo que la vida les iba a dar a partir de ahora. ¡No!; eso no me iba a pasar a mí. Todos sabíamos que era un miedo inconsciente e irracional. Siempre estaba haciendo algo. Incluso en los momentos de más paz y tranquilidad, que algunos había, siempre había sacado nuevas cosas que hacer, cuidar de las plantas, hacer ropa, hacer comida,...

Para evitar lo que tanto temía, quedarme aburrida y apoltronada, los últimos meses antes del temido despido me había estado “preparando”. Sabía que estaban reduciendo personal, y pensé ¿y si me toca a mí? El primer paso fue dejar de llevar trabajo a casa. Eso sí que fue una novedad de la que se aprovecharon los niños. El segundo fue aprender a crear nuevas cosas consultando en Internet la experiencia de los demás y apuntarme a cursos de técnicas para conseguir el bienestar físico y emocional.

Y así fue como vino la inspiración... sería libre y trabajaría en algo que me gustaba mucho; ofrecer algo que yo misma compraría sin pensarlo, algo que hiciera que los clientes salieran felices y satisfechos de lo que habían pagado.

Un negocio propio significaba libertad, independencia,… algo muy atractivo después de pasar tantos años soportando al jefe. Pero también significaba mucho trabajo y cierta inseguridad económica. Tenía que calar en la gente, promocionarme en Internet, pensar en cómo llegar a todos,... y podía salir mal. Perder todo lo que tenía, y tener que volver al mercado laboral como trabajador de una empresa que te exprime y te desecha, era una posibilidad que debía contemplar.

Lo importante era encontrar algo que fuera necesario y no existiera en esta zona de la ciudad o que, si ya existía, yo fuera capaz de ofrecerlo mejor. Algo que simplificara la vida a los demás. De esa forma se reducirían las probabilidades de no tener éxito. El objetivo no era hacerse rico sino tener una vida relajada y sin preocupaciones económicas, que permitiera pagar la casa en la que vivían y los estudios de los niños. Más tarde me preocuparía por conseguir más para poder viajar y divertirnos.

La vecina se ofreció a cuidar de los niños cuando estuviera muy ocupada, y una excompañera de trabajo ya me había dado su currículo, dando por sentado que montaría mi propio negocio. Sentía el apoyo de los que conocían mis planes. Conocidos, amigos, familiares,... ellos no pensaban que era desechable, pensaban que era muy capaz de realizar todo lo que me propusiera. Realmente, todo era posible."






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